El escándalo de Arcueil

Roland Hayman comienza así la descripción de este incidente:

A las 9 de la mañana del 3 de abril de 1768, domingo de Pascua de Resurrección, Sade vio a una mujer que pedía limosna en la plaza des Victoires. [...] Cuando él le ofrece 3 libras si le acompañaba, ella protestó asegurándole que era una mujer honesta que había estado trabajando como hilandera de algodón después de la muerte de su marido, pastelero y repostero de profesión; pero hacía un mes que había perdido el empleo. Sade la tranquilizó: todo lo que deseaba era que le hiciera la limpieza de su cuarto.

Lever lo comienza así:

Domingo de Pascua, 3 abril 1768—, place des Victoires, nueve de la mañana. Un hombre joven, con levita gris, está apoyado en la verja de la estatua de Luis XIV. [...] En el mismo momento, una mujer sale de la misa de los Petits-Péres y va a pedir limosna a dos pasos de él. Alrededor de treinta y seis años, originaria de Strasbourg, viuda de un aprendiz de pastelero llamado Charles Valentin. Se llama Rose Keller. Hilandera de algodón sin trabajo desde hace un mes, se ve reducida a la mendicidad. Un transeúnte se detiene, le da una moneda y prosigue su camino. El hombre del manguito [Sade] le indica que se acerque y le promete un escudo si consiente en seguirle. Ella exclama en mal francés y con fuerte acento alemán: «No soy lo que creéis; yo no como de ese pan.» El la tranquiliza; no es en absoluto lo que imagina; sólo le pide que se ocu­pe de su casa, nada más; recibirá un sueldo y será bien alimentada.

Pauvert, lo presenta así:

Estamos en el domingo 3 de abril, día de Pascua. Son las nueve de la mañana. [...] En París, en la Place des Victoires, Rosa Keller pide limosna; tiene treinta y seis años y es la viuda de Charles Valentin, obrero pastelero; por su parte, ella —hilandera de algodón— está momentáneamente sin trabajo. Acaba de estar enferma; por momentos, tiene aún un poco de fiebre. [...] Un transeúnte acaba de darle un sueldo marcado. No muy lejos, el marqués de Sade está apoyado en la verja de la estatua de Luis XIV, [...] llama a Rose Keller, le hace señas para que se acerque y le ofrece un escudo si va con él. Ella protesta: no es lo que él piensa. Lo ha interpretado mal, dice Sade: sólo se trata de hacer la limpieza de su casa.

Y Du Plessix , por último, comienza describiéndolo también así:

Nueve de la mañana del 3 de abril de 1768, Domingo de Pascua, en la Place des Victorias de París, junto a la entrada de la iglesia de los Petits Péres, o “padrecitos”. El marqués de Sade, vestido con una levita de color gris y con un manguito de piel de lince blanca en una mano y un bastón en la otra, está apoyado en el enrejado que rodea la estatua ecuestre de Luis XIV. Mientras las campanas tañen indicando el final de la misa, una mujer sale de la iglesia, se detiene a escasos metros del marqués y extiende la mano a los transeúntes para pedir limosna. Se llama Rose Keller. Es natural de Estrasburgo y habla francés con un marcado acento alemán. La hilandera de treinta y seis años, viuda de un pastelero, no tiene trabajo en la actualidad. Un hombre pasa junto a ella y le ofrece una moneda.

El marqués, apoyado junto a la estatua, hace señas a la mendiga y le promete dos libras si lo sigue. “Pero yo no soy de ésas”, protesta la mujer. El marqués le asegura que se equivoca, que desea sus servicios para tareas doméstica.

En todos los casos nos presentan a Rose Keller como una mendiga, unos con mayor y otros con menor carga emocional. Únicamente Roland Hayman continúa entre paréntesis “Esto al menos es lo que ella declaró en su testimonio en el proceso. La versión de él es que le había explicado claramente que la quería para que tomara parte en una orgía de libertinaje.” Pero no nos dice que Sade también declaró que se trataba de una prostituta. Y tampoco nos dice que la Place des Victorias, incluso la misma iglesia de les Petits Péres, eran lugares frecuentados por las prostitutas y por aquellos que buscaban sus servicios, que eran lugares donde era habitual cerrar tratos de ese tipo.

Las biografías sobre Sade reflejan este suceso basándose en las declaraciones de esta mujer. Según estas declaraciones ella sería una mendiga que, con engaños, fue llevada a una casa en Arcueil, pueblecito cercano a París; una vez allí, tras negarse a las proposiciones de Sade, sería forzada por éste, azotada y sajada en la espalda con alguna especie de navaja o cuchillo para, posteriormente, sufrir las quemaduras del lacre vertido sobre las heridas. Esta versión quedó desmentida en el proceso al no observarse ninguna herida en la victima y nos quedaría la versión de Sade. Según ésta versión, contrataría los servicios de la Keller y una vez en la casa, tras una discusión, la azotaría en las posaderas con una cuerda con nudos (las únicas heridas constatadas en la víctima fueron unos hematomas en las nalgas).

En estas biografías, si bien es cierto que en uno u otro momento se nos advierte que se trata del testimonio de la Keller, para la descripción del suceso invariablemente utilizan su versión, y aun sabiéndose que es falsa (en lo fundamental quedó probado su falsedad. La agresión que se pretende no se correspondería con la ausencia de heridas), se da por buena tal versión, aunque con matices; se mantiene la versión de una atroz agresión, pero compatible con la inexistencia de heridas. Esto debe de ser así si se quiere presentar a Sade como un sádico, ya que es el único incidente de violencia física que encontramos en su biografía.

Sin dar la razón a uno o a otra nunca sabremos lo que pasó aquella tarde-noche en la casa de Arcueil. Sade, a primeras horas de la tarde entró en la casa con una mujer y a la mañana siguiente ésta, con hematomas en las nalgas, se descolgaba por una ventana, saltaba la verja y corriendo por las calles del pueblo pedía auxilio a todo aquel que se encontraba. Para Sade éste sería un día funesto, la Keller al saltar la verja se desgarra el corpiño y recorre las calles con el torso al aire, agitada. Las mujeres que la atienden escuchan su versión y se escandalizan, también, y aunque se niega (por pudor) a ser examinada por el medico, éste certifica heridas cortantes que recorren toda la espalda. Estás y otras circunstancias generan un gran escándalo. Pronto los rumores sobre lo sucedido en Arcueil inundan París, Francia e incluso llegan a otros países de Europa.

La marquesa de Du Deffand, de setenta años de edad, ciega y retirada en un convento, nueve días después ya está informada de los sucesos y, según Maurice Lever, “los relata con bastante fidelidad —excep­tuando algunos detalles” al historiador ingles Horace Walpole:

Un cierto conde de Sade, sobrino del abad autor de “Petrarca”, encontró el martes de Pascua a una mujer alta y bien formada, de treinta años, que le pidió limosna; el marqués le hizo muchas preguntas, le mostró interés, le propuso sacarla de la miseria y hacerla portera de una casita que tenía cerca de París. La mujer aceptó; él le dijo que viniera a buscarlo al día siguiente; ella fue; él la condujo primero por todas las habitaciones de la casa, por todos los rincones y esquinas y luego la llevó al granero; llegados allí se encerró con ella y le ordenó desnudarse completamente; la mujer se resistió a esta proposición, se arrojó a sus pies y le dijo que era una mujer honesta; él le mostró una pistola que sacó de su bolsillo y le mandó obedecer, cosa que ella hizo de inmediato; entonces él le ató las manos y la azotó cruelmente; cuando estuvo completamente ensangrentada, sacó un pote de ungüento de su bolsillo, le curó las llagas y la dejó; no sé si le dio de comer y beber, pero sólo volvió a verla a la mañana siguiente; examinó sus llagas y vio que el ungüento había hecho el efecto que esperaba; entonces cogió una navaja y le tajó todo el cuerpo; a continuación cogió el mismo ungüento, le cubrió con él todas las heridas y se marchó. Esta mujer, desesperada, se debatió de tal manera que rompió sus ataduras y se arrojó por la ventana que daba a la calle; no se sabe que se haya herido al caer; todo el pueblo se agolpó a su alrededor; el teniente de policía fue alertado de este suceso; se arrestó al señor de Sade; dicen que está en el castillo de Saumur; no se sabe qué sucederá con este asunto, y si se limitará a este castigo, lo que bien podría ocurrir tratándose de gentes muy consideradas y de crédito; se comenta que el motivo de esta execrable acción era hacer la experiencia con el ungüento.

Ayer me llegó la continuación de la historia de M. de Sade. El pueblo en que está su casita es Arcueil; azotó y desolló a la desgraciada el mismo día, y enseguida le echó bálsamo en sus llagas y excoriaciones, le desligó las manos, la envolvió en muchas sábanas y la acostó en una buena cama. Apenas estuvo sola, ella se sirvió de sus brazos y de las sábanas para escaparse por la ventana; el juez de Arcueil le dijo que presentara sus quejas ante el procurador general y el teniente de policía. Este último envió a buscar a M. de Sade, quien, lejos de negar y avergonzarse de su crimen, pretendió haber hecho una muy buena acción, y haber prestado un gran servicio público por el descubrimiento de un bálsamo que curaba inmediatamente las heridas; es verdad que produjo tal efecto sobre esa mujer. Ella ha desistido de perseguir a su asesino, aparentemente mediante algún dinero, de tal modo que seguramente él quedará libre de prisión.

Sade siempre declaró que se trataba de una prostituta y desde un primer momento admitió que la había azotado en las nalgas con una cuerda de nudos y que si la examinaban no encontrarían en ella ninguna herida, como así fue. En su cuento “El presidente burlado”, escrito años más tarde, estando ya encerrado en Vincennes, encontramos el siguiente párrafo en el que sin duda se refiere a este caso y lo mezcla con el de Marsella:

…Un joven de elevado rango de la provincia quiso, por una venganza trivial, dar una zurra a una cortesana que le había jugado una mala pasada, y este indigno cernícalo [el magistrado] convirtió la broma en un asunto criminal, lo consideró asesinato, envenenamiento, arrastró a todos sus cofrades a esta ridícula opinión, perdió al joven, le arruinó y, no habiendo podido atraparle, le hizo condenar en rebeldía.

La ausencia de heridas no detuvo los rumores, la imaginería popular relacionó esta ausencia de heridas con una pomada prodigiosa que las habría hecho desaparecer. Se repartieron octavillas por todo París con las declaraciones de la victima y de las mujeres que en primera instancia la atendieron. Las gacetas de la época se encargaron de “informar” igualmente de los hechos:

El día de Pascua, M. de Sade, de una noble Casa del Condado de Avignon, cuando iba solo a su casa de Arcueil, cerca de París, encontró en su camino una mendiga a la que llevó a su casa con el pretexto de tomarla a su servicio por humanidad, pero cuando llegó, la condujo a un gabinete apartado, le ligó los miembros, la amordazó para impedirle gritar y con una navaja le hizo varias incisiones en el cuerpo, sobre las que fundió una especie de cera de España; a continuación salió tranquilamente a pasear y dejó a la víctima de su ferocidad bien encerrada; sin embargo, ella logró desatarse y se arrojó por la ventana sin hacerse más daño que el que ya tenía. Todos los habitantes del pueblo que la vieron habrían masacrado al conde de Sade de no haberse éste dado a la fuga. Se cree que tiene la mente alienada; la familia ha obtenido una orden para encerrarlo en el Castillo de Saumur, y la mujer lastimada ha renunciado, a cambio de una suma de dinero, a la querella que había presentado al juez. Hay gente que dice que el conde de Sade es un loco de la química, y que su crueldad, en la que no se puede pensar sin temblar de horror, tenía como motivo ensayar un Bálsamo, con el que pretende curar inmediatamente toda suerte de llagas. (Gazette d'Utrecht.)

Un librero de la época (Siméon-Prosper Hardy) anotará en su diario:

Si la justicia no interviene en esto y no castiga de un modo ejemplar este hecho tan singular como infame e indignante, dejará para la posteridad un ejemplo más de la impunidad que de ordinario protege en nuestro siglo los crímenes más abominables, si éstos han sido cometidos por quienes tienen la suerte de ser grandes, ricos o acreditados.

El juicio se celebró en julio, fue condenado a pagar 100 libras de multa y aun tuvo que pasar varios meses en prisión por orden real; pero el gran perjuicio para Sade fue el que su figura pasara a formar parte del imaginario popular iniciando la leyenda del Marqués de Sade, aquel aristócrata que flageló y acuchilló a una pobre viuda para experimentar en ella una pomada que ocultaría las heridas, logrando así escapar a la acción de la justicia. El pueblo puso cara al despotismo y a todas las tropelías cometidas por la aristocracia, quedando simbolizadas en la figura del marqués de Sade.

Hoy en día esta leyenda aún sigue siendo recogida por sus biógrafos y probablemente fuese esa leyenda la que propiciase el segundo escándalo, el que desencadenaría todas las acciones que conducirían a Sade a 12 años de encierro.